Amanecer veraniego de calor santafesino: impiadoso. Apenas
unos minutos para chequear novedades en Internet antes de ponerme en camino
para cumplir con un compromiso familiar.
En la página de inicio de mi proveedor
de webmail una foto en blanco y negro y un titular lacónico. Con una
naturalidad pasmosa, mi primera reacción fue “¿suicidio?”. La pregunta se
contestó sola en cuestión de segundos y no me produjo estupor alguno, sólo la
percepción de una triste coincidencia.
Y si bien de “Blackstar” hasta ese momento
sólo había registrado el vídeo del título homónimo, con su lobreguez desenfrenada,
me niego a visitar ese lugar común y cómodo de repetir -palabras más, palabras
menos- que David Bowie preparó hasta su muerte como una obra de arte. Si se tiene en
cuenta el dato filtrado días más tarde, según el cual habría estado haciendo
demos de material nuevo hasta último momento, parecía estar -aún en la certeza
de un desenlace irreversible y próximo- más aferrado que nunca a la vida.
Mientras tanto, en mi casilla de e-mails me esperaba uno
de mi esposa desde su trabajo (*un océano de por medio separándonos), quien me
enviaba algo parecido a unas condolencias, poseída aún por la incredulidad y -a
su decir- con lágrimas en los ojos. En mi cuenta de Facebook también el mensaje
de un amigo de ultramar que, al leer la noticia con el desayuno, no pudo evitar
pensar en mí y ponerse en contacto. Ah, él tampoco podía creerlo.
Ya antes de estas pésimas nuevas me había propuesto no
escuchar “Blackstar” completo hasta no tenerlo en la mano; una manía de melómano,
más que otra cosa. De regreso en Alemania, el CD formaba parte de una pequeña
pila de regalos de Navidad arribados durante mis semanas de ausencia. Blanco y
negro el sobre, negro sobre negro el librillo interno: uno todavía no ha logrado
poner el disco en el reproductor para escuchar los primeros sonidos y la
gráfica ya les ha abierto la puerta a las interpretaciones. Yo tengo una muy
modesta: los textos (letras, informaciones, etc.) están impresos en un negro
satinado que, para “despegarse” del negro mate del fondo, obliga a orientar el
librillo hacia la fuente de luz más próxima; como si la intención del artista
fuera “en esta obra puse hasta lo último de mí; eso sí: la luz la tienen que
poner Uds., porque por acá...”.
Pero la música es otra cosa, porque “Blackstar”,
aún con la oscuridad que trasunta el título, está lejos de ser una mera
colección de ejercicios funerarios. Está claro que el tema homónimo (difícil de
separar del material visual junto al que fue dado a conocer originalmente) no
ayuda a despejar esa impresión: Bowie no canta las primeras estrofas; más bien
las gime sobre el fondo de una armonía orientaloide, instrumentada con
austeridad. A medida que la canción avanza (*y bien vale la pena detenerse en
ella, en tanto dura unos 10 minutos), va cambiando su atmósfera y la voz de
Bowie... ¡bueno, al cabo lo de “camaleón” tampoco ha sido un mote caprichoso!. Ya
en el tema siguiente (“'Tis a Pity She Was a Whore”) se hace presente el vigor vocal
de los momentos más up de “The next day” y su performance le hace absoluta
justicia al ritmo hipercinético de “Sue (or in a season in crime)”. La paleta de
colores es la del crepúsculo, definitivamente no la del luto.
A partir del anuncio mismo de la publicación de
“Blackstar” mucho se ha dicho y escrito respecto a su supuesto carácter de
disco de jazz. También en este punto me permito disentir, haciendo una pequeña
disquisición: por contradictorio que suene, que un disco se grabe mayormente con instrumentos propios del
jazz, ejecutados por músicos de jazz, no implica que el resultado sea lo que habitualmente
se conoce como un “disco de jazz”, ni siquiera cuando el saxofón invade a
menudo territorios que pertenecen a la guitarra eléctrica. Además, revisando un poco el
catálogo de David Bowie, es posible comprobar que, por ejemplo, en “A small plot of land” (*de “Outside”, 1995) hay muchos más elementos de jazz que en
todo “Blackstar”. Las simplificaciones suelen ser odiosas.
Desde hace cinco días tengo “Blackstar” en casa y
crece un poquito más con cada escucha. Desde hace diez días el mundo sigue
girando. Sin Bowie, no sin su arte.